Praia de Copacabana, Rio
de Janeiro
Quinta-feira, 25 de Julho de 2013
Quinta-feira, 25 de Julho de 2013
Queridos jovens,
Boa tarde!
Boa tarde!
Primeiramente quero lhes agradecer pelo testemunho de fé que vocês estão dando
ao mundo. Sempre ouvi dizer que as cariocas não gostam do frio e da chuva, mas
vocês estão mostrando que a fé de vocês é mais forte que o frio e a chuva.
Parabéns. Vocês são verdadeiros heróis! Vejo em vocês a beleza do rosto jovem de Cristo e meu coração se enche de
alegria! Lembro-me da primeira Jornada Mundial da Juventude a nível
internacional.
Foi celebrada em 1987 na Argentina, na minha cidade de Buenos
Aires. Guardo vivas na memória estas palavras do Bem-aventurado
João Paulo II
aos jovens: «Tenho muita esperança em vocês! Espero, sobretudo, que renovem a
fidelidade de vocês a Jesus Cristo e à sua cruz redentora» (Discurso aos jovens (11 de abril de 1987): Insegnamenti, X/1 (1987), 1261).
[En español:]
Antes de continuar, quisiera recordar el trágico accidente en la Guyana
francesa, que sufrieron los jóvenes que venían a esta Jornada,
allí perdió la vida la joven Sophie Morinière, y otros
jóvenes resultaron heridos.
Los invito a hacer un instante de silencio y
de oración a Dios, nuestro Padre, por Sophie, los heridos y
sus familiares.
Este año, la Jornada vuelve, por segunda vez, a América Latina. Y ustedes,
jóvenes, han respondido en gran número a la invitación de
Benedicto XVI, que los ha convocado para celebrarla. A él se lo agradecemos
de todo corazón. Y a él, que nos convocó hoy aquí, le enviamos un saludo y un
fuerte aplauso. Ustedes saben que, antes de venir a Brasil, estuve charlando con
él. Y le pedí que me acompañara en el viaje, con la oración. Y me dijo: los
acompaño con la oración, y estaré junto al televisor. Así que ahora nos está
viendo. Mi mirada se extiende sobre esta gran muchedumbre: ¡Son ustedes
tantos! Llegados de todos los continentes. Distantes, a veces no sólo
geográficamente, sino también desde el punto de vista existencial, cultural,
social, humano. Pero hoy están aquí, o más bien, hoy estamos aquí, juntos,
unidos para compartir la fe y la alegría del encuentro con Cristo, de ser sus
discípulos. Esta semana, Río se convierte en el centro de la Iglesia, en su
corazón vivo y joven, porque ustedes han respondido con generosidad y entusiasmo
a la invitación que Jesús les ha hecho para estar con él, para ser sus amigos.
El tren de esta Jornada Mundial de la Juventud ha venido de lejos y ha
atravesado la Nación brasileña siguiendo las etapas del proyecto “Bota fe
- Poned fe”. Hoy ha llegado a Río de Janeiro. Desde el Corcovado, el
Cristo Redentor nos abraza y nos bendice. Viendo este mar, la playa y a todos
ustedes, me viene a la mente el momento en que Jesús llamó a sus primeros
discípulos a orillas del lago de Tiberíades. Hoy Jesús nos sigue preguntando:
¿Querés ser mi discípulo? ¿Querés ser mi amigo? ¿Querés ser testigo del Evangelio? En el corazón del
Año de la fe,
estas preguntas nos invitan a renovar nuestro compromiso cristiano. Sus
familias
y comunidades locales les han transmitido el gran don de la fe. Cristo
ha
crecido en ustedes. Hoy quiere venir aquí para confirmarlos en esta fe,
la fe en Cristo vivo que habita en ustedes, pero
he venido yo también para ser confirmado por el entusiasmo de la fe de
ustedes. Ustedes saben que en la vida de un obispo hay tantos
problemas que piden ser solucionados. Y con estos problemas y
dificultades, la
fe del obispo puede entristecerse, Qué feo es un obispo triste. Qué feo,
que es.
Para que mi fe no sea triste he venido aquí para contagiarme con el
entusiasmo
de ustedes.
Los saludo con cariño. A
ustedes aquí presentes, venidos de los cinco continentes y, a través de
ustedes, saludo a todos los jóvenes del mundo, en particular a aquellos
que
querían venir a Río de Janeiro, y no han podido. A los que nos siguen
por medio de la radio, y la
televisión e internet, a todos les digo: ¡Bienvenidos a esta fiesta
de la fe! En diversas partes del mundo, muchos jóvenes están reunidos
ahora para
vivir juntos con nosotros este momento: sintámonos unidos unos a otros
en la alegría, en la amistad, en la fe. Y tengan certeza de que mi
corazón los abraza a todos con afecto
universal. Porque lo más importante hoy es ésta reunión de ustedes y la
reunión de todos los jóvenes que nos están siguiendo a través de los
medios.
¡El Cristo Redentor, desde la cima del monte Corcovado, los
acoge y los abraza en esta bellísima ciudad de Río!
Un saludo particular al Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, el
querido e incansable Cardenal Stanislaw Rilko, y a cuantos colaboran con
él. Agradezco a Monseñor Orani João Tempesta, Arzobispo de São Sebastião do Río
de Janeiro, la cordial acogida que me ha dispensado, además quiero decir aquí
que los cariocas saben recibir bien, saben dar una gran acogida, y agradecerle el gran trabajo para realizar
esta Jornada Mundial de la Juventud, junto a sus obispos auxiliares, con
las diversas diócesis de este inmenso Brasil. Mi agradecimiento también se
dirige a todas las autoridades nacionales, estatales y locales, y a cuantos han
contribuido para hacer posible este momento único de celebración de la unidad,
de la fe y de la fraternidad. Gracias a los Hermanos Obispos, a los sacerdotes,
a los seminaristas, a las personas consagradas y a los fieles laicos que
acompañan a los jóvenes, desde diversas partes de nuestro planeta, en su
peregrinación hacia Jesús. A todos y a cada uno, un abrazo
afectuoso en Jesús y con Jesús.
[En portugués:]
Irmãos e amigos, bem-vindos à vigésima oitava Jornada Mundial da Juventude,
nesta cidade maravilhosa do Rio de Janeiro!
Queridos jóvenes:
“Qué bien se está aquí”, exclamó Pedro, después de haber visto al Señor Jesús
transfigurado, revestido de gloria. ¿Podemos repetir
también nosotros esas palabras? Pienso que sí, porque para todos nosotros, es
bueno estar aquí hoy, en torno a Jesús. Él es quien nos acoge y
se hace presente en medio de nosotros, aquí en Río. Y en el
Evangelio hemos también escuchado las palabras del Padre: “Éste es
mi Hijo, el escogido, escúchenlo” (Lc 9,35). Por tanto,
si por una parte es Jesús el que nos acoge; por otra, también nosotros
queremos acogerlo, ponernos a la escucha de su palabra,
porque precisamente acogiendo a Jesucristo, Palabra encarnada, es como el
Espíritu nos transforma, ilumina el camino del futuro, y hace crecer en nosotros
las alas de la esperanza para caminar con alegría (cf. Carta enc.
Lumen
fidei, 7).
[En portugués:]
Mas o que podemos fazer? «Bote fé». A cruz da Jornada Mundial da
Juventude peregrinou através do Brasil inteiro com este apelo. «Bote fé»:
o que significa? Quando se prepara um bom prato e vê que falta o sal, você então
"bota" o sal; falta o azeite, então «bota» o azeite... «Botar», ou
seja, colocar, derramar. É assim também na nossa vida, queridos jovens: se
queremos que ela tenha realmente sentido e plenitude, como vocês mesmos desejam
e merecem, digo a cada um e a cada uma de vocês: «bote fé» e a vida terá
um sabor novo, a vida terá uma bússola que indica a direção; «bote
esperança» e todos os seus dias serão iluminados e o seu horizonte já não será
escuro, mas luminoso; «bote amor» e a sua existência será como uma casa
construída sobre a rocha, o seu caminho será alegre, porque encontrará muitos
amigos que caminham com você. «Bote fé», «bote esperança», «bote
amor»! Todos juntos: Bote fé, bote esperança, bote amor!
[En español:]
Pero, ¿quién puede darnos esto? En el Evangelio
escuchamos la respuesta: Cristo. “Éste es mi Hijo, el escogido,
escúchenlo”. Jesús nos trae a Dios y nos lleva a Dios,
con él toda nuestra vida se transforma, se renueva y nosotros podemos
ver la
realidad con ojos nuevos, desde el punto de vista de Jesús, con sus
mismos ojos
(cf. Carta enc.
Lumen fidei, 18). Por eso hoy les digo a cada uno de
ustedes: “Pon a Cristo” en tu vida y encontrarás un
amigo del que fiarte siempre; “poné a Cristo” y vas a ver crecer las alas de la esperanza para recorrer con alegría el camino
del futuro; “poné a Cristo” y tu vida estará llena de su amor,
será una vida fecunda. Porque todos nosotros queremos tener una vida fecunda.
Una vida que dé vida a otros.
Hoy nos hará bien a todos que nos preguntásemos
sinceramente: ¿en quién ponemos nuestra
fe? ¿En nosotros mismos, en las cosas, o en Jesús? Todos tenemos muchas
veces la tentación de ponernos en el centro, de creernos que somos el
eje del universo, de creer que nosotros solos construimos nuestra vida, o
pensar que
tener, el dinero, el poder es lo que da la felicidad. Pero todos
sabemos que no es así. El tener, el dinero, el poder pueden ofrecer un
momento de embriaguez, la ilusión de ser felices, pero, al final, nos
dominan y
nos llevan a querer tener cada vez más, a no estar nunca satisfechos. Y
terminamos empachados pero no alimentados, y es muy triste ver una
juventud
empachada pero débil. La juventud tiene que ser fuerte, alimentarse de
su fe, y
no empacharse de otras cosas. ¡“Poné a Cristo” en tu vida, poné tu confianza en él y no quedarás defraudado! Miren,
queridos amigos, la fe hace una
revolución que podríamos llamar copernicana, nos quita del centro
y pone en el centro a Dios; la fe nos inunda de su amor que nos
da seguridad, fuerza y esperanza. Aparentemente parece que
no cambia nada, pero, en lo más profundo de nosotros mismos, cambia
todo. Cuando está Dios en nuestro corazón habita la paz, la
dulzura, la ternura, el entusiasmo, la serenidad y la alegría, que son frutos
del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22), entonces y nuestra
existencia se transforma, nuestro modo de pensar y de obrar se renueva, se
convierte en el modo de pensar y de obrar de Jesús, de Dios. Amigos queridos,
la fe es revolucionaria y yo te pregunto a vos, hoy: ¿estás dispuesto, estás
dispuesta a entrar en esta onda de la revolución de la fe? Sólo entrando tu
vida joven va a tener sentido y así será fecunda.
Querido joven, querida joven: “Poné a Cristo” en tu
vida. En estos días, Él te espera: Escúchalo con
atención y su presencia entusiasmará tu corazón. “Poné
a Cristo”: Él te acoge en el Sacramento del perdón, con su misericordia cura todas las heridas del pecado. No
le
tengas miedo a pedirle perdón, porque Él en
su tanto amor nunca se cansa de perdonarnos, como
un padre que nos ama. ¡Dios es pura misericordia! “Pon a Cristo”: Él te
espera también en la Eucaristía,
Sacramento de su presencia, de su sacrificio de amor, y Él te espera
también en la humanidad de tantos jóvenes que te enriquecerán con su amistad,
te animarán con su testimonio de fe, te enseñarán el lenguaje del amor, de la bondad, del servicio. También vos,
querido joven, querida joven, podés ser un testigo gozoso de su
amor, un testigo entusiasta de su Evangelio para llevar un poco de luz a este
mundo. Dejáte amar por Jesús, es un amigo que no defrauda.
“Qué bien se está aquí”, poniendo a Cristo, la fe, la esperanza, el amor que él
nos da, en nuestra vida. Queridos amigos, en esta celebración hemos acogido la
imagen de Nuestra Señora de Aparecida. Con María, le pedimos que nos
enseñe a seguir a Jesús. Que nos enseñe a ser
discípulos y misioneros. Como ella, queremos decir “sí” a Dios. Pidamos a su
Corazón de Madre que interceda por nosotros, para que nuestros corazones estén
dispuestos a amar a Jesús y a hacerlo amar. Queridos jóvenes, ¡Jesús nos espera. Jesús cuenta con nosotros! Amén.
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